Salud energética, física y emocional
Bailar nos conecta con nuestro cuerpo físico y emocional y nos
ayuda a comprender la relación que tenemos con él. Nos evidencia lo que
conocemos y lo que no, lo que usamos y lo que no, lo que percibimos de nosotros
mismos, cuán disponibles estamos corporalmente y cómo interactúan las ganas, la
energía y la voluntad. Nos permite registrar y ampliar la movilidad de cada
sector y percibir las emociones que se despliegan en el proceso.
A nivel físico los
beneficios son muchos y muy concretos: nos ayuda a movilizar sectores del
cuerpo que no usamos en las acciones cotidianas; nos invita a nuevas posibilidades
articulares; nos da fuerza muscular; estiliza; mejora la elongación, la
capacidad respiratoria y la conciencia de la respiración; aumenta el registro
del espacio que nos rodea y del espacio que ocupamos, el reconocimiento del
propio cuerpo (su estado y necesidades) y del cuerpo de los otros seres humanos
con los que interactuamos; nos da una mayor conciencia de los dolores y sus
posibles causas y del placer, bienestar o alivio que puede generar un
movimiento y las herramientas para conocer cuál es esa forma que necesitamos o
deseamos sentir. Con la práctica y la continuidad, los beneficios a nivel
coordinativo y de habilidad motora son visibles: lo notamos en cómo abordamos
material nuevo y en cómo disponemos del cuerpo en la vida cotidiana. Es palpable
la progresión en la técnica que estemos abordando, la resistencia, la memoria y
la velocidad de asimilación.
A nivel espiritual y emocional, conectar con la música y el
movimiento nos hace estar presentes y crea una especie de “oasis” en el día. Es
de esas actividades que genera compromiso espontáneamente, esperamos ese
momento de la semana que sabemos propio y casi sagrado y no queremos perderlo. Nos
“despeja” de las preocupaciones: el foco está en la clase, en el propio cuerpo
y en el trabajo individual y grupal. Bailar alegra, motiva, permite expresar estados
de ánimo, desplegar entusiasmo, liberar energía, cambiar el humor o “limpiar” tristezas y angustias.
Después de una clase de danza salimos
transformados. Descubrimos el cuerpo oxigenado, renovado, energizado y, claro,
también cansado (¡de esos cansancios que nos cuentan lo mucho que hicimos!). Percibimos
la mente tranquila, el transcurrir del tiempo parece más lento, surgen reflexiones
de la clase, algo que aprendimos, algo que observamos, algo por mejorar, algo por
lo que reconocernos y celebrarnos.
Ir a danza es disfrutar de nuestro cuerpo en movimiento, es
sentirlo poco a poco más saludable, propio y libre, es lograr bienestar, es llevarnos
al aquí y ahora, es percibirnos creciendo y siendo capaces.
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