jueves, 19 de mayo de 2016

¿De qué hablamos cuando hablamos de "ir a danza"? Segunda Parte


Salud energética, física y emocional


Bailar nos conecta con nuestro cuerpo físico y emocional y nos ayuda a comprender la relación que tenemos con él. Nos evidencia lo que conocemos y lo que no, lo que usamos y lo que no, lo que percibimos de nosotros mismos, cuán disponibles estamos corporalmente y cómo interactúan las ganas, la energía y la voluntad. Nos permite registrar y ampliar la movilidad de cada sector y percibir las emociones que se despliegan en el proceso.

A nivel físico los beneficios son muchos y muy concretos: nos ayuda a movilizar sectores del cuerpo que no usamos en las acciones cotidianas; nos invita a nuevas posibilidades articulares; nos da fuerza muscular; estiliza; mejora la elongación, la capacidad respiratoria y la conciencia de la respiración; aumenta el registro del espacio que nos rodea y del espacio que ocupamos, el reconocimiento del propio cuerpo (su estado y necesidades) y del cuerpo de los otros seres humanos con los que interactuamos; nos da una mayor conciencia de los dolores y sus posibles causas y del placer, bienestar o alivio que puede generar un movimiento y las herramientas para conocer cuál es esa forma que necesitamos o deseamos sentir. Con la práctica y la continuidad, los beneficios a nivel coordinativo y de habilidad motora son visibles: lo notamos en cómo abordamos material nuevo y en cómo disponemos del cuerpo en la vida cotidiana. Es palpable la progresión en la técnica que estemos abordando, la resistencia, la memoria y la velocidad de asimilación.



A nivel espiritual y emocional, conectar con la música y el movimiento nos hace estar presentes y crea una especie de “oasis” en el día. Es de esas actividades que genera compromiso espontáneamente, esperamos ese momento de la semana que sabemos propio y casi sagrado y no queremos perderlo. Nos “despeja” de las preocupaciones: el foco está en la clase, en el propio cuerpo y en el trabajo individual y grupal. Bailar alegra, motiva, permite expresar estados de ánimo, desplegar entusiasmo, liberar energía, cambiar el humor  o “limpiar” tristezas y angustias.

Después de una clase de danza salimos transformados. Descubrimos el cuerpo oxigenado, renovado, energizado y, claro, también cansado (¡de esos cansancios que nos cuentan lo mucho que hicimos!). Percibimos la mente tranquila, el transcurrir del tiempo parece más lento, surgen reflexiones de la clase, algo que aprendimos, algo que observamos, algo por mejorar, algo por lo que reconocernos y celebrarnos.

Ir a danza es disfrutar de nuestro cuerpo en movimiento, es sentirlo poco a poco más saludable, propio y libre, es lograr bienestar, es llevarnos al aquí y ahora, es percibirnos creciendo y siendo capaces.